Nos dirijamos entonces al Hotel El Príncipe, en el centro de San José.
Lo primero que captó mi atención fue el enrejado de la entrada principal, medida de seguridad un poco drástica, pensé. Al atravesar el umbral llegué a la recepción, también abarrotada y doblemente protegida por lo que parecía ser vidrio blindado.
-Buenas noches, quiero rentar una habitación. ¿Qué cuesta? – La chica al otro lado del vidrio me contesto con un precio muy cómodo y me paso un papel para llenar y firmar. Me dio las llaves y me dijo –Tercer piso, subiendo las escaleras. – Me asome al pie de las escaleras, mire hacia arriba y no vi nada. Aquello parecía un hoyo negro sin fin.
Con un poco de miedo pero decidida, lancé el paso hacia el primer escalón, al llegar al segundo las luces se encendieron para desbloquear, como en un video juego, el primer bloque de escalones. Al atravesar la frontera entre el primer bloque y el segundo, las luces se apagaron y por tres segundos estuve en completa oscuridad, en medio de la nada, ni arriba ni abajo, los tres segundos mas largos de mi vida, hasta entonces.
Comencé a agitar los brazos y avancé a ciegas para poder activar el sensor de la luz. Al llegar al tercer piso, abrí la puerta de la habitación y para mi sorpresa, o no, el foco estaba quemado. Regresé a la recepción con el mismo ritual con el que subí y le comenté a la mujer que la luz no encendía. Me miro incrédula -¡Vamos! – me dijo – voy contigo- y agarro un palo de escoba y me escolto hasta la habitación.
Al llegar le mostré que no mentía. Ignorando mi demostración, presionó el interruptor por si misma una, dos, tres y cuatro veces. Luego, con el palo de escoba le dio unos toques a la lampara como esperando a que esta reaccionara por arte de magia. – No funciona – concluyó –te voy a dar otra habitación.-
En la recepción, la chica me dio una nueva llave, esta vez del cuarto piso.
Yo ya no tenía miedo, pensaba más en el dolor de espalda que invadía mi cuerpo causado por las 17 horas de viaje y la mochila que llevaba a cuestas. Por fin, me paré frente a la puerta, abrí y prendí la luz. ¡Bingo! la luz se deslizo por la habitación revelando un gran armario, una cama vieja con base de madera y una mesa de noche. Aliviada terminé de entrar y cerré la puerta. –¡Noooooo! -grité desesperada para mis adentros- Esta vez la puerta no cerraba con llave y tampoco había cerrojo.
El cansancio me impedía bajar por tercera vez; pensé en todas las cosas horribles que podían pasarme, todos esos capítulos de “Expedientes sin resolver” me ahogaron el pensamiento. Después de un par de minutos con la mirada perdida decidí que la solución sería bloquear la puerta con la cama, al fin y al cabo, la vida es prestada y al que le toca le toca.
Gracias a Dios había televisión con cable y me pude dormir viendo las aventuras de Hello Kitty.